En «El choque de culturas», el mejor libro sobre educación canina que he leído, Jean Donaldson explica parte de la frustración que subyace a muchas relaciones entre perros y dueños como un problema de comunicación. Aunque es fácil comprender la esencia de este mensaje no había sido tan consciente de las carencias del código que la mayoría de las personas usan para comunicarse con sus perros hasta que, en mis inicios como aficionado al adiestramiento, mi amigo Javier Fernández me recomendó dejar de hablarle absolutamente a mi perra.
-Pero ¿ni saludarla cuando llegue? – Pregunté compungido
-Nada…de nada.
Creo que tardé dos días en notar los efectos, en forma de actitudes más atentas a la hora de trabajar y más relajadas en momentos de descanso.
La mayoría de los propietarios con los que trabajo son personas bientencionadas pero con arraigadas y equivocadas convicciones sobre lo que necesitan sus amigos. Dejar de mantener un contacto constante a través del lenguaje hablado es visto por muchos como una forma de maltrato y descortesía hacia su perro, que consideran se sentirá ofendido y repudiado por la falta de palabras amables. «¿Para qué tener un perro si no me puedo comunicar con él?» me han preguntado en alguna ocasión. Esta pregunta parte de una premisa equivocada: la de que el lenguaje humano es la única de interaccionar con nuestra mascota, lo que unido a tópicos y mitos como el de «mi perro lo entiende todo» o el manido «sólo le falta hablar» origina una barrera que muchos nunca conseguirán superar, porque siempre pensarán que su perro es como un niño pequeño o una persona con la inteligencia mermada, a la que hay que hablarle vocalizando bien, repitiendo las cosas y empleando el tono con el que se le habla a los bebés.
Una de las situaciones que mejor ilustra este error es la forma en la que a menudo se presenta a dos perros, de frente, con tensión en la correa mientras se entona el «besito, besito, besito al perrito».
Es duro, pero tu perro no te entiende cuando le hablas. Sólo después de una adecuada secuencia de aprendizaje conseguirás que asocie un repertorio de comportamientos a un limitado número de palabras, que por ende serán siempre más eficaces cuando se acompañan del uso de comandos gestuales.
Dejar de hablarle a los perros, de manera constante e indiscriminada es importante por varias razones.
La primera es que no tiene ninguna utilidad a efectos de comunicación.
La segunda es que dificulta la discriminación por parte de nuestras mascotas de las 5 o 6 palabras que necesitamos para convivir satisfactoriamente con él. Hablarle constantemente obliga a tu perro a encontrar las palabras que realmente tienen importancia en medio de una sopa de letras auditiva, en medio de mucho…ruido.
Y esta es la tercera razón: la voz permanente del dueño se convierte en una suerte de radio que está siempre emitiendo en arameo, a la que el perro se acostumbra y ante la que se habitúa, como se habituan los urbanitas al sonido del tráfico. Es la mejor manera para que nuestros amigos aprendan a no prestarnos atención. Esto es lo que se denomina irrelevanica aprendida, un aprendizaje mediante el que el perro aprende a ignorar estímulos que no producen consecuencias.
La cuarta no es menos importante para muchos de nosotros: el perro estará más tranquilo y relajado, y no se sentirá interrogado en un idioma que no puede comprender.
No hay ningún problema en canturrearle una nana o hablarle de vez en cuando en un tono amable en un contexto caracterizado por la relajación y la falta de expectativas sobre su comportamiento. Probablemente sea bueno para nosotros. El problema es que pretendamos siempre que el perro comprenda un lenguaje verbal que previamente no le hemos enseñado.
Comunícate con tu perro: no le hables. Descubrirás que tu relación puede ser mucho más profunda, tranquila y sincera de la que te permiten palabras huecas.
Ya lo decían El último de la fila: «si lo que vas a decir, no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir…«